Estaba tan obscuro que daba igual si tenía los ojos abiertos o cerrados, de hecho de nada servía tener ojos. El olfato y el oído se agudizaban hasta límites sobrehumanos, y así fue como le llegó un extraño olor a pólvora. De pronto una voz familiar comenzó a crecer, hasta que claramente se le entendía: -“¿Porqué has regresado? Ya es muy tarde, corre, vete, déjame aquí, esta vez no te lo reprocharé”. Enrique no sabía que decir, ni siquiera hacia dónde dirigir su voz en esta inmensa obscuridad. –“¿Acaso tu conciencia te traicionó como tú me traicionaste a mi? ¿Te arrepientes de lo que haces? ¿Es pena lo que sientes por mi y nada mas?”. No podía soportarlo más, Enrique se tapó los oídos y cerró los ojos como si pudiera hundirse más en una obscuridad abismal, y gritó a los cuatro vientos: -“¡¡YA BASTA!!, REGRESÉ PORQUE A PESAR DE QUE ME HACES SUFRIR, JUSTO COMO EN ESTE MOMENTO, ¡¡TE AMO!!”. Si, debió ser por eso, debió haber convencido a aquella voz femenina porque no volvió a pronunciarse.
Después de un silencio misterioso, la obscuridad total se empezó a desvanecer, como si amaneciera con un sol tan rojo que todo lo que iluminaba se teñía de ese color. El olor a pólvora había sido sustituído por un desagradable olor a sangre, que hacía un juego perfecto con aquella calle donde estaba parado y que podía ver perfectamente ahora que la obscuridad se había desvanecido. No lograba reconocer ese lugar de tono rojizo, lleno de casas a los lados y un camino empedrado como calle. Volteó la mirada y reconoció una de las casas, la cual tenía la entrada diferente a las demás porque hacía la función de una taberna. Sabía que el olor a sangre y ver las cosas como si tuviera lentes rojos, significaban muerte, por eso corrió a la taberna, porque ahora comprendía que la voz femenina había salido de allí. Corrió con tanta desesperación y ansia, que cuando por fin abrió de par en par las puertas, una fuerte sacudida lo succionó de esa realidad.
Enrique despertó bruscamente, le dolía todo el cuerpo y tenía un terrible dolor de cabeza. –“Vaya, al fin has despertado”. Le recibió un hombre vestido totalmente de verde, un militar. –“Soy el médico de la 7ma división de infantería de la armada de México. Te encuentras en una carpa de atención, y aunque no portas uniforme militar, descubrimos que eres mexicano por una identificación encontrada entre tus pertenencias.”. Enrique seguía sin comprender nada, estaba más perdido que nunca, así que pensó que al tratar de entrar a la taberna se habría golpeado y estaba soñando. –“¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?”. Preguntó. –“Parece que has perdido la memoria, estás en París, estamos en guerra con Francia.”. le contestó el médico militar. –“¿Guerra? ¡¡Oh no puedo creerlo!! .... ¡¡Michelle!!, ¿Dónde está Michelle? ¡¡¡Michelle!!!. Todavía no comprendía si era una broma pesada, si estaba soñando o si era una realidad espantosa, pero aquel intenso dolor que sintió al querer levantarse histéricamente, lo tumbó de nuevo y supo que se trataba de su tercera opción. –“¡Tranquilo! Si se refiere a la muchacha con la que fue encontrado, se encuentra bien, en otro lugar. Cuando se recupere la llevaré con ella con gusto.” Se ofreció el médico.
-“¡Doc!, sus heridas de bala ya están sanando, pero por su expresión deben seguir doliendo mucho.” –Dijo el que parecía ser el ayudante del médico al ver que Enrique no paraba de gemir y retorcerse, ignorando que se debía a la enorme preocupación que tenía por esa chica llamada Michelle. –“Lamentablemente siguen sin surtirnos con morfina, ponle el trapo con cloroformo de nuevo.” –Le ordenó el médico a su ayudante. Y entonces de nuevo Enrique caía en un sueño profundo, esperando que la próxima vez que despertara, las cosas estuvieran un poco más claras.
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